Imagina que, de la noche a la mañana, todas las palabras desaparecen. Así es, todos esos discursos, poemas y chistes malos que te has aprendido de memoria, ¡puf!, se desvanecen. ¿Y qué nos queda? Un mundo donde el arte es la única forma de comunicación. No es que hubo una hecatombe lingüística ni que las letras se fueron de vacaciones; simplemente, a alguien se le ocurrió que los emojis eran demasiado y decidió que la humanidad debería dejarlo todo en manos del arte. Y aquí estamos.
El caos silencioso del primer día
El primer día en este nuevo mundo es como una película de ciencia ficción, pero dirigida por uno de esos directores de arte intensos. Imagínate: señales de tráfico convertidas en esculturas abstractas y la sopa de letras del supermercado reemplazada por pinturas de bodegones. La gente trata de comunicarse a través de dibujos de tiza en las aceras o improvisando con malabares. Las redes sociales se inundan de obras de arte digitales, y tu muro en lugar de frases inspiradoras tiene pinturas que posiblemente solo el artista entiende. El caos es arte y el arte es caos.
La revolución del arte como lenguaje
Una vez superado el desconcierto inicial, comenzamos a adaptarnos, porque al fin y al cabo, el ser humano es un experto en sacar adelante lo improbable. Las empresas descubren que pueden hacer sus reuniones mediante teatro de sombras o performance, y claro, las galerías se convierten en el hotspot de las interacciones sociales. Piensa en un café lleno de personas sosteniendo debates a través de malabares o moviendo sus pinceles al ritmo de sus argumentos. Todo se vuelve un espectáculo fascinante.
El impacto en la educación
Las aulas de clase son ahora talleres artísticos donde los estudiantes aprenden historia a través de dramatizaciones y matemáticas por medio de esculturas geométricas. Los niños se convierten en mini Picassos y Fridas Kahlo, usando sus manos para expresar todo aquello que antes decían con palabras. El viste y calza ha sido reemplazado por papel maché y collages. Quizá la única desventaja es que ahora, las matemáticas son una tortura aún mayor; quien no tiene talento para las artes queda perdido en la abstracción de ecuaciones pintadas.
¿El arte nos salvará?
Con este cambio radical, algo curioso sucede: las barreras del lenguaje se disuelven. Un cuadro puede decir más que mil palabras, y un mural puede unir culturas enteras. La gente empieza a comunicarse más sinceramente. No hay malentendidos porque el arte se percibe y se siente. La emoción se torna el nuevo lenguaje común y, de repente, entendemos la importancia de la interpretación y la empatía. Tal vez, estamos ante una era donde el arte crea un sentido de comunidad que no es posible lograr solo con palabras.
No todo es color de rosa (ni en este caso cómic sans). Existen retos: los matrimonios que requieren de largas conversaciones, los contratos complejos que no pueden ser sellados con acrobacias, y por supuesto, el simple placer de las palabras habladas. Sin embargo, nos damos cuenta de algo; el arte, con su riqueza y diversidad, en realidad ya forma parte integral de cómo nos expresamos, solo que ahora, es el único camino.
Así que el arte como el pilar de nuestra comunicación podría enseñarnos una mezcla de emoción y lógica que nos redefine como sociedad.
Y, esta es solo una forma hipotética y divertida de imaginar un mundo donde el arte nos conecta a todos. ¿Qué opinas tú? ¿Podríamos sobrevivir en un mundo donde los colores y formas lo dicen todo? Deja un comentario abajo y comparte esta obra literaria. ¡Hagamos que el mundo imagine más con menos palabras!